jueves, abril 02, 2009

La Tarántula

Otra vez el insomnio autoinflinglido me mantuvo hasta las 3 de la mañana cazando “simplezas”. Hora de dormir, me impongo. Pasillo, cuarto, cama. Me sumerjo en las sábanas hacia lo desconocido…


Mi vejiga exige relajarse, me dirijo, casi a tientas, hacia el cuarto de baño, busco el interruptor, ¡click! la luz tarda en encender, me siento en la taza de baño y dejo que mi vientre pierda tensión. La luz no acaba de tomar fuerza. Levanto la mirada y me doy cuenta que la humedad se ha llevado ya un buen pedazo de yeso alrededor del hueco donde debería estar del “spot”, en su lugar hay un foco, quizás de 50W, pendiendo del cable y a un costado, mis ojos se topan con algo. En un acto reflejo contengo la respiración y mis ojos se abren bastante más de lo normal. Exhalo muy despacio al mismo tiempo que relajo los párpados para enfocar mejor ¿tarántula? pregunta mi voz interna, esa que suena mejor en mi cabeza que al otro lado del auricular. Inquietud y curiosidad aumentan. Una consistente tela de araña está alrededor del foco, algunos hilos más están en la pared, colgando junto con la pintura azul que está a punto de caer pegada a otro pedazo de yeso. Mis ojos regresan a un costado del foco y… ¿está mirándome también? Mi ceño se frunce un poco. Tengo curiosidad, pero es más grande mi deseo de regresar a la cama. Lentamente me incorporo, me aseo sin quitar la mirada de aquel bicho que ¿me mira?, jalo la palanca del agua. Quiero dormir, ojalá mi mamá no la vea, me gustaría observarla a la luz del día, no creo que sea una tarántula.

¡Ah! ¿Otra vez? Nuevamente el deseo de orinar me saca de un plácido descanso. Debe ser de madrugada por que la luz de afuera es débil todavía, engañosa, al amanecer o al anochecer es la misma.

Aunque el domo blanco del cuarto de baño se ha iluminado sin ganas, sigo el ritual: busco el interruptor, ¡click! y la luz tarda en encender, me siento en la taza de baño y la tensión de mi vientre disminuye. Entonces, la presiento, producto de un flashazo en la memoria corta ¡casi había olvidado el detalle! Levanto la mirada y la clavo de inmediato en el hueco alrededor del foco. Ahí está, en la misma posición que mantenía hace unas horas, mirando hacia abajo, “pinche bicho vouyerista, ¡impúdico!”.

No hago ninguna expresión ni facial ni vocal… “Voy a buscar un palo de escoba para bajarte de ahí”; “Esas cosas no son venenosas ¿verdad?”; me pregunto a mí misma sin desviar la mirada. Con la poca luz externa y la del foco alcanzo a distinguir cuatro de sus ocho patas, dos de cada lado. “¿Estará dormida?”, “¿Cómo saberlo si esos animalejos no tienen párpados?”, “¿Cómo la bajo de ahí?”.

No sé en que momento dejé de orinar. Me apresuro con el resto del ritual y me cercioro que la puerta esté bien cerrada. Entonces doy un salto al amplio mueble del lavabo. “Me voy a quedar aquí sentada sin moverme, quiero ver si das señales de vida”.

El domo traga más luz ahora y los pequeños mosaicos blancos se distinguen con mayor claridad, la puerta de la regadera, la toalla mal colgada, el tapete y la taza de baño que acabo de usar y, si, ella en la misma posición junto al foco. Giro la cabeza hacia la derecha, hacia la puerta, apuntando mis sentidos hacia afuera. Mi mamá debe estar planchando, conozco tan bien sus pasos cuando van al otro lado del pasillo que, puedo saber con mucha certeza, que no está cerca. No corremos peligro de alguna acción precipitada en contra del arácnido. Regreso la cabeza, la mirada, para buscarla a "ella" pero… “¡Demonios!” “¿En qué momento hizo esto?”. Un blanco cordel, sedoso, tenso y resistente, se ha pegado en mi ropa, justo en el centro de mi pecho. Taquicardia, No me muevo ni un milímetro, mis ojos, sólo mi ojos siguen la trayectoria hasta el otro extremo de ese hilo. ¡Ha salido de su madriguera!. Se muestra completa con su cuerpo peludo y sus ocho patas bien pegadas al techo. Inhalo profundo y exhalo despacio. Bajo la mirada lentamente para calcular el movimiento que debo hacer.

Levanto la mano derecha y la dirijo a mi pecho, cierro el puño agarrando el incómodo cordel que nos conecta, extiendo despacio el brazo, muy despacio para quitármelo de encima. Cuando mi brazo está casi extendido por completo, vuelvo a levantar la mirada y la descubro a más de la mitad de la cuerda. Pulsaciones aceleradas. Como si se supiera descubierta y antes de que yo pudiera reaccionar, se mueve con brusquedad y se instala en mi hombro izquierdo. Se queda inmóvil, nos quedamos inmóviles, ni un solo movimiento. La adrenalina corre por mi sangre, me paraliza y me aturde con ideas que empiezan a burbujear en mi cabeza.

De reojo alcanzo a verla estática sobre mi hombro. Pequeña alimaña parda, de patas gruesas, peludas, semi-dobladas. El corazón acelerado exige oxigeno y yo no se lo proporciono, hago mi respiración tan lenta como me es posible, casi imperceptible, no quiero que se de cuenta de cuanto me inquieta.

No se ha movido ni un milímetro, sigue prendida en mi hombro, y tengo la sensación de que quiere incrustarse hasta traspasar la ropa, hasta clavarse en mi piel.

La falta de aire me marea. No quiero que mi mamá la vea, que nos encuentre así. No quiero que se asuste.

Aunque la agitación interna es enorme, soy capaz de dominar mis movimientos, apoyo ambas manos sobre el mueble en el que he permanecido sentada, no sé cuanto tiempo, y me deslizo suavemente hasta colocar mis pies en el piso. Empiezo a caminar hacia la puerta, pausadamente, muy consciente del movimiento de mis piernas entre paso y paso.

“¿Qué día es hoy?”. La respuesta viene de fuera con un lejano taconeo que llega subiendo la escalera. ¡Mina! deletrean mis labios sin emitir sonido; la conexión ha sido infalible hasta ahora, aparece ella de la misma forma como reapareció en mi vida, inesperadamente.

Me sostengo del picaporte un par de segundos y empujo la puerta. Me toma por sorpresa la luminosidad del día filtrándose, a través de la ventana, por la delgada cortina de gasa. Apenas he dado tres pasos más cuando el taconeo se detiene a un par de metros, su expresión radiante cambia al ver la mía - “¿qué sucede?”.

Mina camina hacia mi con paso seguro, pero se detiene al verme avanzar con ese movimiento ridículo, como de cámara lenta; doy tres pasos más hacia la ventana y le digo con calma - “Sobre mi hombro”.

Detrás de sus lentes, veo sus ojos obscuros abrirse en toda su amplitud. Emite un ¡Ahhh! involuntario que se mete por su garganta y cierra los labios para guardar el aire. -“Ayúdame a quitarla”- le digo en un susurro. Transcurren angustiosos segundos que se estacionan uno a uno en su rostro que se ha puesto pálido.

-“Espera”- responde mientras busca en su bolsa algo, sin quitarnos la vista de encima. Saca un pañuelo blanco de tela que extiende y acomoda en su mano. Casi no puedo creer lo que está a punto de hacer.

-… pero, tú tienes aracnofobia.
- Si - me contesta en un tono más que seco.

Nos movemos, Mina hacia mi, yo hacia la ventana y la araña… ¡pinche animal inteligente! Ha empezado a moverse. Como si imitara mi propio caminar, arrastra cada una de sus patas, con movimientos pesados, los pelillos que cubren sus extremidades y su cuerpo cosquillean en mi nuca, me hace temblar y provoca que la piel de mi cuerpo se erice toda. Ya no puedo verla, pero la siento debajo de mi cabello ¡Se ha escondido la muy cabrona!

Mina se acerca y mete la mano bajo mi pelo, con cuidado, despacio, pero sin dudar. Pánico controlado detrás del cristal de sus anteojos. Totalmente pasiva, me Imagino como la envuelve con el pañuelo, entre sus dedos e intenta jalarla, pero “ella” se aferra a un delgado mechón de mi cabello. Pausa. En un nuevo intento accede a ser quitada.

- ¿Ya?
- Si… es que, no se trataba de arrancarla, sino de negociarlo con ella – me dice con entonación casi sarcástica - ¿qué hago? – me pregunta ahora con un claro gesto de susto y repulsión.

- Dámela.

La tarántula ha quedado envuelta en el inmaculado trozo de tela. Con mi mano izquierda tomo los cuatro extremos del pañuelo para formar una bolsa. Todavía sin mover el resto del cuerpo, levanto el brazo derecho, con la palma de la mano extendida hacia arriba, y coloco el bulto, que no pesa, sobre ella. Abro los dedos de la mano izquierda y las cuatro puntas del pañuelo caen.

Aparece, “ella”, con su cuerpo de terciopelo oscuro, sus patas velludas y arqueadas, con la cabeza dirigida hacia mi, frente a frente.

Algo en lo más profundo de mí se conmovió al mirarla tan de cerca, era como si estuviera a punto de establecerse una comunicación primitiva. Me estremeció la ternura reflejada en sus múltiples ojos de obsidiana pulida, ocho puntitos de luz apuntando hacia mí, diciéndome… algo inexplicable en palabras.

¡No, no! ¡Simplemente no pude soportar un dejo de ternura en un animal tan grotesco!

Un choque de emociones internas calentó mi sangre hasta el rubor ¡tuve ganas de cerrar el puño con todas mis fuerzas para apretarla hasta escucharla crujir, hasta que sus fluidos se escurrieran por mi mano! Es que la sola idea de un sentimiento mutuo con un insecto tan nefasto, era insoportable.

Debió presentir mi impulso por que corrió por mi brazo, brincó a la cortina y se quedó ahí.

Después del sobresalto, me acerqué y nos volvimos a mirar, sin desafíos, sin miedo, de sus ocho a mis dos había intensa curiosidad y asombro… “¿qué me pasa?” “¡ay arañita! No puedo dejarte viva!”

“Probablemente pensarás: ¡qué manera tan humana de pagar un poco de curiosidad incomprendida! pero ¿qué más puedo hacer? “



"...Ahora me siento casi libre del estremecimiento, de la angustiosa exitación que su caminar sobre mi piel, provocó. Pero yo... yo hubiera podido meterla a mi boca en un acto intimo de amor y sensualidad..."

1 comentario:

. dijo...

la hubieras metido a tu boca uuuhhhm???

ok!
te presento una receta desde la lejana Cambodia:
http://www.youtube.com/watch?v=YYXRQmOMv0c

creo que alguien tiene A-R-A-C-N-O-F-O-B-I-A...