jueves, septiembre 07, 2006

LA VENGANZA NUNCA ES BUENA... ES BUENISIMA

Eran las cuatro y media de la mañana cuando un constante golpeteo en el vidrio de mi ventana me despertó. En un estado semiconciente escuché la lluvia y como escurría por los resquicios de mi casa. Un par de horas más tarde, inicié la rutina matutina que me lleva al trabajo.

Ahora que lo pienso es posible que el arrullo del agua haya bajado mi nivel de estrés diario, incluso salí 15 minutos más temprano que otros días.

Cuando salí, seguía cayendo un "chipi chipi" tupido, pero agradable.

Hace poco le escribí a un amigo (imaginario... creo...), que le tengo un cariño especial a los días lluviosos; dado mi temperamento melancólico, los días nublados me dan la oportunidad de subir y bajar por toda su escala de grises. Hoy era una de esas mañanas que invitan a disfrutar la soledad del auto, tranquilamente.

Tomé ese pedazo de avenida recta, mojada, encharcada y prácticamente vacía. Iba a velocidad moderada cuando "de la nada" un taxi me pasó por la izquierda, habiamos avanzado escasos 10 metros cuando aceleró y: una enorme estela de agua puerca cayó sobre mi auto y nubló mi visión.

Inmediatamente senti ese chorro de sangre caliente corriendo por todo mi cuerpo. Mi primera reacción fue poner a máxima velocidad los limpiadores y... acelerar. No veía nada pero sabía que no había nadie más frente a mí, ni al otro lado. Logré rebasar al estúpido del taxi... por la derecha.

Desaceleré, me puse a su lado y nuestra vista se cruzó. Su rostro no me dijo nada, volví a acelerar, pasé frente a él casi rozándolo y tome el carril a su izquierda; "yo sabía perfectamente lo que quería hacer".

Miré por el retrovisor y ahi estaba el taxi, en el carril contiguo y cerca de mi. Me sentía suficientemente alterada. Sólo tuve que esperar unos cuarenta metros.

Yo sabía que iba estar ahi, por que cada vez que llueve se estanca en los mismos lugares. Es una tontería pero nunca lo había hecho y en ese momento no había otra cosa que quisiera más.

Agarré fuerte el volante y pisé el acelerador. Decenas de litros de agua se alzaron bajo mis ruedas y el retrovisor me mostró lo que yo quería ver. Un estúpido y su cochecito compacto desacelerando hasta casi detenerse y prendiendo inmediatamente sus ridículas lucecitas preventivas.

Un sonrisa torcida coronó mi acción.

El "siga" estaba encendido, no desaceleré, seguí de mi camino hasta detenerme... en el
tráfico.

Photobucket - Video and Image Hosting


Lo "malo" fue cuando me percaté del ruidito que hacía mi coche, algo raspaba. Varias calles más adelante me orillé. Mi rabia dañó la tolva (¿así se llama?) de una de mis llantas delanteras, perdí cerca de 10 minutos tratando de regresarla a su lugar y, por supuesto, llegué tarde a la oficina y con las manos puercas.

Alguien con herramientas me cobrará por reparar el "detallito". Pero no importa, quien tenga algo de espiritu vengativo, como yo, sabe que valió la pena...

No hay comentarios.: