lunes, junio 20, 2022

Muchos años...

Muchos años han pasado, esta vez, demasiados. No sé si todavía me parezco a la que escribía de vez en vez en este lugar.
Por un momento, pensé en hacer el recuento en semanas, días y horas, pero creo que basta con decir que han pasado muchas lunas... ha pasado toda una vida. En aquellos años que dedicaba un poco de tiempo a escribir, no tenía manera de imaginar lo que el paso de los 30 a los 40 me tenía preparado y mucho menos lo que llegar casi a los 50 podía significar. Y bueno, tengo la intención de llevar una breve bitácora con letras y fotos de los días actuales.
Ejem... esta foto no es actual, pero siempre me gustó mucho.

domingo, noviembre 22, 2009

E L L O S

Encontré una pequeña caja de cartón arrumbada, ahí en el fondo del armario, estaba cubierta con pelusa del tiempo y polvo de recuerdos. Como soy curiosa, la tomé entre mis manos, me senté en el piso de parquet y sople sobre la tapa de cartón blanco antes de abrirla y descubrir su contenido.

¡Vaya sorpresa! En el interior trozos de tiempo atrapados en papel: fotos en blanco y negro, atemporales, listas para ser iluminadas con la imaginación, imágenes de todo tamaño: paisajes, bosques, lagos, casas, muchachos, muchachas, lugares que no conozco o no logro reconocer; sin embargo, cada estampa narra una historia armada con memorias mías, herencia de las largas charlas con los abuelos.

- ¿cuantos años tendrán estas fotografías? ¿Cincuenta años, quizás?

Pero basta mirarlas para notar lo bien conservadas que están, fueron puestas a salvo en su cofre de cartón y custodiadas por el cariño y amor de quien las colocó ahí, estoy segura.

Pasaba de una a otra postal, cuando encontré esa foto que me emocionó profundamente.

Él, tan guapo, “montado” en una barda, con las piernas colgando a cada lado, y esa sonrisa que los años hicieron aún más dulce.

Ella de pie a su lado, con un lindo vestido de flores, zapatos de tacón, recargada sobre la pierna de él, pero al mismo tiempo enganchada a su brazo, lo miraba... con esa mirada ¡enamorada!

- ¡qué jóvenes los dos!

No podría decir cuanto tiempo estuve viéndolos. No sé por cuanto tiempo pinté de verde los pinos, de ocre la tierra y caqui su camisa, de ella el vestido azul marino con flores blancas y sus labios de carmín.

¡Qué fascinación tan grande!

No pude, ya no pude dejar de verlos, tomé ese retrato para tenerlo a la mano, siempre cerca.

Devolví el resto de las fotografías, incluso las que ya no vi, a su caja.

- ¡Voy a comprarles un marco! ¿por qué no tengo un hermoso Petrof de cola para colocar su retrato sobre él y a un lado un jarrón que tenga siempre flores frescas?

¡Ay, pero que cosas tan tontas se me ocurren! Mira que pensar en un instrumento musical tan maravilloso sólo para poner un retrato encima. No pude evitar reír por dentro.

Lo mejor que atiné hacer fue buscar un libro, el primero que estuviera a la orilla de mi repisa, para colocar ahí la fotografía y protegerla, mientras me daba a la tarea de buscar un marco donde pudiera habitar ese instante mágico congelado por una cámara.

"Un viejo que leía novelas de amor", decía el título, - ¡Esto tiene que ser más que una coincidencia! - sonreí, me pareció casi adecuado.

Coloqué la foto entre las páginas 56 y 57 y puse el libro nuevamente en su lugar.

Esto que te cuento, sucedió hace varias semanas.

Pero la noche de anoche, sucedió algo; tomé el libro y lo abrí justo donde se separaban las hojas y… no vas a creer lo que vi.

La foto mostraba la barda, el patio, los frágiles pinos, todo en grises y el cielo sin azul, pero él y ella... ¡no estaban ahí!

Cerré el libro, asustada…

- No, es que no puede ser.

Apreté el libro contra mi pecho y caminé nerviosa hacia el pasillo, luego de regreso al estudio y otra vez al pasillo. Di varias vueltas, regresé, dejé el libro sobre el escritorio y busqué la cajetilla de cigarros, encendí uno y aspiré bien profundo. Me dejé caer sobre el sillón, volví a aspirar el humo y dejé el cigarro reposando sobre el cenicero. Con la mano derecha me cubrí los ojos, mi corazón latía muy fuerte.

Pasaron muchos minutos hasta que me sentí más tranquila. Encendí otro cigarro, por que el anterior se consumió completo. Me estiré para alcanzar a “Un viejo que leía novelas de amor” y volví a abrir el libro… Ellos aún no aparecían.

Creo que, como dos enamorados, él le ofreció su brazo y la invito a pasear por la selva de ese libro, entre encendidos colores, pájaros en libertad, naturaleza viva bajo un techo de nubes blancas y un cielo inmenso, celeste. ¡Es probable que hasta se hayan quitado los zapatos para sentir la hierba fresca bajo sus pies!

La verdad es que no he querido asomarme otra vez, seguro todavía les quedan muchas palabras por decirse entre esas páginas. La foto de la barda, los pinos y la puerta de madera todavía está entre la 56 y la 57, ahí voy a dejarla, con la esperanza de que encuentren el camino de regreso cuando ellos terminen su paseo.

"FIN"
MPain - Octubre 2009

miércoles, septiembre 02, 2009

No quiero llamarle por su nombre

Una noche se despertó del largo sueño en que la mantuve. Se quedó algunos días inmóvil pero consciente. Poco a poco estiró sus múltiples brazos, enredados y entumidos por tanta quietud, y se desató. Se talló todos y cada uno de sus ojos inflamados, hasta los de las rodillas que se quedaron ciegos una vez que cayó sobre la alfombra rocosa del páramo. Trató de peinarse con los dedos el cabello que estaba todo lleno de polvo pero, a cada cepillada, se le desprendían mechones de algodón y azúcar, torció su única boca: “no importa, ya volverá a crecer”. A pesar de ser tan ligera le tomó algunos días más ponerse de pie sobre sus pequeños pies descalzos y mugrosos, todavía, por las andanzas de antier.

Un rayo de sol y el frío de la madrugada hizo que su pálida piel de papel se erizara con el estremecimiento del choque que causa el frío con el calor… se estaba entibiando. Se sonó la nariz que estaba constipada de barro y volvió a llenarse del aroma que tiene la niñez madurada a fuerza de tiempo. Tomó una bocanada de aire, infló los cachetes y exhaló una larga neblina de tabaco viejo.

Antes, cuando ambas éramos jóvenes, sentí vergüenza de su estar a mi lado ¡maldita alimaña incrustada en mi piel! Lejos estaba de imaginar que ese bicho tóxico, no era más que una larva. Se alimentaba de mi sensibilidad de niña y del amor adolescente y febril de aquellas tardes para, después, infectar cada minuto que pasaba entre día y día, hasta hacerme suplicar por el antídoto.

Un día nefasto por descuido, los ojos terribles de la incomprensión se posaron sobre su desnudez, apenas cubierta por un velo de letras. Aquel incidente fue suficiente para hacer estallar el polvorín de miradas curiosas y espantadas que astillaron con rechazo a los más amados: “Deja de hacer y escribir tonterías”, decían, “te la pasas holgazaneando en lugar de hacer algo de provecho con tu vida” también sentenciaron.

Fue así que reuní las escasas fuerzas que quedaban después de la embestida y la recluí en aquel rincón, falsamente olvidado. Por años aventé con desdén migajas de bosque, besos guardados, tragos de nube, polvo de suspiros, tiras de luz y algunas rebanadas de luna con que alimentó su anémica existencia. No comprendo ¿Por qué, ahora, no se aleja de mí?

Aunque habían pasado algunos días desde que se levantó, dejó pasar un par de noches más antes de juntar suficiente determinación para andar, simplemente andar. Me dio gusto ver que empezaba a dar unos cuantos pasos temblorosos, No dije nada, tan sólo observé en silencio ¡qué más da si, como antes, no sabe a donde va! ¡qué más da si ni siquiera ha pensado en un destino! … o si lo perdió.

La conozco, “esa cosa” es como un perro fiel que me lame los ojos con saliva de alucinación. Se trepa en mí y vamos por la calle esquivando circunstancias tangibles; no da más opción. Me despierta gritando poemas que no alcanzo a escribir. Se aprovecha de la oscuridad cuando caen los párpados para encendernos la piel con obscenidad, que se pliega en la entrepierta dejando a la vista su punta. Se asoma a mis ojos y clava postales vivas en ellos; imágenes que sólo puedo guardar en el tapiz de mi cabeza. Se duele con mi alegría y muere de risa con mi melancolía. Exige la metamorfosis a unidad, nunca más separadas, nunca más dividida en dos.

Permaneció latente todo este tiempo y no, ya no quiero detenerla, tanto tiempo estuvo en el ángulo de las cosas que estorban y entorpecen que… ahora me duele ver su inseguridad ¡y su pequeñez sin extender!

MPain (mlr - 30 - Ago - 09)



Foto - Marie Pain

martes, julio 07, 2009

Delirio

Gota tras gota desencanto de perlas
vacías certezas
atraen sosiego
Enredo tu nombre alrededor del recuerdo,
collar ligero.

Por última vez
sostienen mis párpados la visión de ti…

Dulce brisa de olvido cobija el alma
embriaga el soplo
del tiempo ido
¡Preludio de Tormenta!
¡luz y sombra!
… delirio

















Photo by Marie Pain - July 2009

PALABRAS

Llegaron a mi sin previo aviso
y sin previo aviso mordisquearon
todas las horas, días y noches
de mis ojos de espejo despiertos.

Nos enredamos por todo el reloj
jugando al poeta haciendo el amor
con tan sólo un puñado de estrellas
y como veleta fuego interior

Hoy que las llamo no se descubren
y por mi cuenta busco un camino
¡verán que si! ¡que he aprendido!
¡Sanguijuelas de la inspiración!

(Mayo 12, 2009)















Photo by Marie Pain
Abril 2009

jueves, abril 02, 2009

La Tarántula

Otra vez el insomnio autoinflinglido me mantuvo hasta las 3 de la mañana cazando “simplezas”. Hora de dormir, me impongo. Pasillo, cuarto, cama. Me sumerjo en las sábanas hacia lo desconocido…


Mi vejiga exige relajarse, me dirijo, casi a tientas, hacia el cuarto de baño, busco el interruptor, ¡click! la luz tarda en encender, me siento en la taza de baño y dejo que mi vientre pierda tensión. La luz no acaba de tomar fuerza. Levanto la mirada y me doy cuenta que la humedad se ha llevado ya un buen pedazo de yeso alrededor del hueco donde debería estar del “spot”, en su lugar hay un foco, quizás de 50W, pendiendo del cable y a un costado, mis ojos se topan con algo. En un acto reflejo contengo la respiración y mis ojos se abren bastante más de lo normal. Exhalo muy despacio al mismo tiempo que relajo los párpados para enfocar mejor ¿tarántula? pregunta mi voz interna, esa que suena mejor en mi cabeza que al otro lado del auricular. Inquietud y curiosidad aumentan. Una consistente tela de araña está alrededor del foco, algunos hilos más están en la pared, colgando junto con la pintura azul que está a punto de caer pegada a otro pedazo de yeso. Mis ojos regresan a un costado del foco y… ¿está mirándome también? Mi ceño se frunce un poco. Tengo curiosidad, pero es más grande mi deseo de regresar a la cama. Lentamente me incorporo, me aseo sin quitar la mirada de aquel bicho que ¿me mira?, jalo la palanca del agua. Quiero dormir, ojalá mi mamá no la vea, me gustaría observarla a la luz del día, no creo que sea una tarántula.

¡Ah! ¿Otra vez? Nuevamente el deseo de orinar me saca de un plácido descanso. Debe ser de madrugada por que la luz de afuera es débil todavía, engañosa, al amanecer o al anochecer es la misma.

Aunque el domo blanco del cuarto de baño se ha iluminado sin ganas, sigo el ritual: busco el interruptor, ¡click! y la luz tarda en encender, me siento en la taza de baño y la tensión de mi vientre disminuye. Entonces, la presiento, producto de un flashazo en la memoria corta ¡casi había olvidado el detalle! Levanto la mirada y la clavo de inmediato en el hueco alrededor del foco. Ahí está, en la misma posición que mantenía hace unas horas, mirando hacia abajo, “pinche bicho vouyerista, ¡impúdico!”.

No hago ninguna expresión ni facial ni vocal… “Voy a buscar un palo de escoba para bajarte de ahí”; “Esas cosas no son venenosas ¿verdad?”; me pregunto a mí misma sin desviar la mirada. Con la poca luz externa y la del foco alcanzo a distinguir cuatro de sus ocho patas, dos de cada lado. “¿Estará dormida?”, “¿Cómo saberlo si esos animalejos no tienen párpados?”, “¿Cómo la bajo de ahí?”.

No sé en que momento dejé de orinar. Me apresuro con el resto del ritual y me cercioro que la puerta esté bien cerrada. Entonces doy un salto al amplio mueble del lavabo. “Me voy a quedar aquí sentada sin moverme, quiero ver si das señales de vida”.

El domo traga más luz ahora y los pequeños mosaicos blancos se distinguen con mayor claridad, la puerta de la regadera, la toalla mal colgada, el tapete y la taza de baño que acabo de usar y, si, ella en la misma posición junto al foco. Giro la cabeza hacia la derecha, hacia la puerta, apuntando mis sentidos hacia afuera. Mi mamá debe estar planchando, conozco tan bien sus pasos cuando van al otro lado del pasillo que, puedo saber con mucha certeza, que no está cerca. No corremos peligro de alguna acción precipitada en contra del arácnido. Regreso la cabeza, la mirada, para buscarla a "ella" pero… “¡Demonios!” “¿En qué momento hizo esto?”. Un blanco cordel, sedoso, tenso y resistente, se ha pegado en mi ropa, justo en el centro de mi pecho. Taquicardia, No me muevo ni un milímetro, mis ojos, sólo mi ojos siguen la trayectoria hasta el otro extremo de ese hilo. ¡Ha salido de su madriguera!. Se muestra completa con su cuerpo peludo y sus ocho patas bien pegadas al techo. Inhalo profundo y exhalo despacio. Bajo la mirada lentamente para calcular el movimiento que debo hacer.

Levanto la mano derecha y la dirijo a mi pecho, cierro el puño agarrando el incómodo cordel que nos conecta, extiendo despacio el brazo, muy despacio para quitármelo de encima. Cuando mi brazo está casi extendido por completo, vuelvo a levantar la mirada y la descubro a más de la mitad de la cuerda. Pulsaciones aceleradas. Como si se supiera descubierta y antes de que yo pudiera reaccionar, se mueve con brusquedad y se instala en mi hombro izquierdo. Se queda inmóvil, nos quedamos inmóviles, ni un solo movimiento. La adrenalina corre por mi sangre, me paraliza y me aturde con ideas que empiezan a burbujear en mi cabeza.

De reojo alcanzo a verla estática sobre mi hombro. Pequeña alimaña parda, de patas gruesas, peludas, semi-dobladas. El corazón acelerado exige oxigeno y yo no se lo proporciono, hago mi respiración tan lenta como me es posible, casi imperceptible, no quiero que se de cuenta de cuanto me inquieta.

No se ha movido ni un milímetro, sigue prendida en mi hombro, y tengo la sensación de que quiere incrustarse hasta traspasar la ropa, hasta clavarse en mi piel.

La falta de aire me marea. No quiero que mi mamá la vea, que nos encuentre así. No quiero que se asuste.

Aunque la agitación interna es enorme, soy capaz de dominar mis movimientos, apoyo ambas manos sobre el mueble en el que he permanecido sentada, no sé cuanto tiempo, y me deslizo suavemente hasta colocar mis pies en el piso. Empiezo a caminar hacia la puerta, pausadamente, muy consciente del movimiento de mis piernas entre paso y paso.

“¿Qué día es hoy?”. La respuesta viene de fuera con un lejano taconeo que llega subiendo la escalera. ¡Mina! deletrean mis labios sin emitir sonido; la conexión ha sido infalible hasta ahora, aparece ella de la misma forma como reapareció en mi vida, inesperadamente.

Me sostengo del picaporte un par de segundos y empujo la puerta. Me toma por sorpresa la luminosidad del día filtrándose, a través de la ventana, por la delgada cortina de gasa. Apenas he dado tres pasos más cuando el taconeo se detiene a un par de metros, su expresión radiante cambia al ver la mía - “¿qué sucede?”.

Mina camina hacia mi con paso seguro, pero se detiene al verme avanzar con ese movimiento ridículo, como de cámara lenta; doy tres pasos más hacia la ventana y le digo con calma - “Sobre mi hombro”.

Detrás de sus lentes, veo sus ojos obscuros abrirse en toda su amplitud. Emite un ¡Ahhh! involuntario que se mete por su garganta y cierra los labios para guardar el aire. -“Ayúdame a quitarla”- le digo en un susurro. Transcurren angustiosos segundos que se estacionan uno a uno en su rostro que se ha puesto pálido.

-“Espera”- responde mientras busca en su bolsa algo, sin quitarnos la vista de encima. Saca un pañuelo blanco de tela que extiende y acomoda en su mano. Casi no puedo creer lo que está a punto de hacer.

-… pero, tú tienes aracnofobia.
- Si - me contesta en un tono más que seco.

Nos movemos, Mina hacia mi, yo hacia la ventana y la araña… ¡pinche animal inteligente! Ha empezado a moverse. Como si imitara mi propio caminar, arrastra cada una de sus patas, con movimientos pesados, los pelillos que cubren sus extremidades y su cuerpo cosquillean en mi nuca, me hace temblar y provoca que la piel de mi cuerpo se erice toda. Ya no puedo verla, pero la siento debajo de mi cabello ¡Se ha escondido la muy cabrona!

Mina se acerca y mete la mano bajo mi pelo, con cuidado, despacio, pero sin dudar. Pánico controlado detrás del cristal de sus anteojos. Totalmente pasiva, me Imagino como la envuelve con el pañuelo, entre sus dedos e intenta jalarla, pero “ella” se aferra a un delgado mechón de mi cabello. Pausa. En un nuevo intento accede a ser quitada.

- ¿Ya?
- Si… es que, no se trataba de arrancarla, sino de negociarlo con ella – me dice con entonación casi sarcástica - ¿qué hago? – me pregunta ahora con un claro gesto de susto y repulsión.

- Dámela.

La tarántula ha quedado envuelta en el inmaculado trozo de tela. Con mi mano izquierda tomo los cuatro extremos del pañuelo para formar una bolsa. Todavía sin mover el resto del cuerpo, levanto el brazo derecho, con la palma de la mano extendida hacia arriba, y coloco el bulto, que no pesa, sobre ella. Abro los dedos de la mano izquierda y las cuatro puntas del pañuelo caen.

Aparece, “ella”, con su cuerpo de terciopelo oscuro, sus patas velludas y arqueadas, con la cabeza dirigida hacia mi, frente a frente.

Algo en lo más profundo de mí se conmovió al mirarla tan de cerca, era como si estuviera a punto de establecerse una comunicación primitiva. Me estremeció la ternura reflejada en sus múltiples ojos de obsidiana pulida, ocho puntitos de luz apuntando hacia mí, diciéndome… algo inexplicable en palabras.

¡No, no! ¡Simplemente no pude soportar un dejo de ternura en un animal tan grotesco!

Un choque de emociones internas calentó mi sangre hasta el rubor ¡tuve ganas de cerrar el puño con todas mis fuerzas para apretarla hasta escucharla crujir, hasta que sus fluidos se escurrieran por mi mano! Es que la sola idea de un sentimiento mutuo con un insecto tan nefasto, era insoportable.

Debió presentir mi impulso por que corrió por mi brazo, brincó a la cortina y se quedó ahí.

Después del sobresalto, me acerqué y nos volvimos a mirar, sin desafíos, sin miedo, de sus ocho a mis dos había intensa curiosidad y asombro… “¿qué me pasa?” “¡ay arañita! No puedo dejarte viva!”

“Probablemente pensarás: ¡qué manera tan humana de pagar un poco de curiosidad incomprendida! pero ¿qué más puedo hacer? “



"...Ahora me siento casi libre del estremecimiento, de la angustiosa exitación que su caminar sobre mi piel, provocó. Pero yo... yo hubiera podido meterla a mi boca en un acto intimo de amor y sensualidad..."