Si... ya sé... me la pasó quejándome del tráfico. Pero que puedo hacer si diariamente invierto aproximadamente 3 horas de mi vida en trasladarme, ¿a donde? ¡al trabajo! Cuando uno se trepa 3 horas en un auto, esperaría llegar a Acapulco; pero no, en mi caso, en 1 hora con 30 mins llego a Ejercito Nacional y Periférico y 8 horas despúes de regreso a casa.
Cada mañana me convierto en un ente autista o ¿autómata? tras el volante. En un escrito de Carlos Pellegrino me encontré con la siguiente definición: “Nos permitimos como última definición llamar autómatas a ciertas construcciones que no tienen lo que llamamos un alma, gozan del poder de moverse por si mismas, y como organismo artificial, de modo fetichista y controlable no padecer la enfermedad y la muerte.”
Si, creo que en eso me convierto yo: me encierro en mi pequeño mundo que me mantiene alejada de la realidad de esta ciudad, de los enérgumenos e histéricas a mi alrededor. Por eso, si algún día me ven circular por la jungla asfaltada y no soy capaz de responder un saludo, por favor no me malinterpreten, no soy yo la que conduce.
Las poquísimas veces que salgo de mi abstracción es por que algo lo amerita:
La estatua de un soldado “pompón” sobre periférico.
Un árbol atrapado en el ¿10º piso? de un moderno edificio.
El retrovisor y su atónito reflejo de una interminable hilera de hormigas motorizadas.
El corazón que alguien dejó a la intemperie sobre la lateral de Churubusco.
El lúgubre estacionamiento de 5 pisos del lugar donde laboro.
Y ... detrás de una nube aparece el sol y me abofetea como queriendo regresarme a la vida... y yo, sólo puedo seguirla viendo a través del parabrisas.
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